La vie en rose, homenaje al color rosa, en el Museo del Traje madrileño





El Museo del Traje ha inaugurado la exposición La Vie en rose : 16 de noviembre de
2018 – 3 de marzo de 2019, un homenaje a uno de los colores más
controvertidos de la historia: el rosa. El  jueves 15 de noviembre se presentaba esta exposición, dedicada al color rosa y su presencia en la historia e indumentaria.
¿Qué interesante no? A mi es un color que me encanta… Y saber algo más de su historia en la moda me produce gran curiosidad. Las piezas que aquí podremos ver ocupan diferentes momentos en la historia de nuestra moda y los tejidos. El recorrido expositivo muestra las múltiples tonalidades de rosa a través de los periodos en los que han sido más utilizadas.

El color rosa y la amplia familia de rosados, desde el pastel al fucsia, desde el nácar al
frambuesa, son los protagonistas de La vie en rose, una exposición temporal que profundiza en
los aspectos técnicos y simbólicos asociados al uso de este color en la cultura occidental,
especialmente a través de la moda.
Partiendo de la colección del Museo del Traje, que ofrece innumerables ejemplos de utilización
del rosa en el textil y la indumentaria, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, así como de
amplias muestras de la cultura material española, de los carteles publicitarios a los útiles de cocina, se ha establecido un discurso expositivo que se completa con piezas custodiadas por
otros museos e instituciones culturales como el Museo Nacional de Artes Decorativas, el
Museo Arqueológico Nacional, el Museo Automovilístico y de la Moda de Málaga, el Centro
Andaluz de Arte Contemporáneo, además de colecciones privadas como la de Antoni de
Montpalau o Lorenzo Caprile.

A lo largo de la exposición se muestran las múltiples tonalidades de rosa a través de los
periodos en los que han sido más utilizadas, aquellos en los que las técnicas tintóreas
permitieron su aparición o en los que sencillamente se difundieron como moda, profundizando
en la “moda rosa”, que comienza en el siglo XVIII y adquiere distintos significados con el correr
de los tiempos, hasta alcanzar una heterodoxa simbología en el mundo contemporáneo.  La vie en rose, presenta prendas históricas y de diseñadores como Mariano Fortuny y Madrazo,
Jean Dessés, Givenchy, Elio Berhnayer, Balenciaga, Manolo Blahnik, Loewe, Hanae Mori,
Francis Montesinos, Martin Margiela, Antonio Alvarado, Jesús del Pozo, Lorenzo Caprile, o
Emilio Pucci.

Bata rococó. Ca. 1770.

Partiendo del Rococó, y dentro del “gusto francés” protagonizado por Madame de Pompadour
y la reina María Antonieta, la moda de Versalles se extendió por todo el mundo y, con ella,
toda una sinfonía de tonos del rosa se usaba para ambos géneros.

Casaca. Ca. 1775-1785 © Museo del Traje

Con el fin del Rococó, y durante el Neoclasicismo, que se materializa con la Revolución
Francesa, los colores pastel son sustituidos por los bien definidos rojos pompeyanos, influencia
de los descubrimientos de Pompeya y Herculano unas décadas antes.

Vestido Imperio. Ca. 1810. © Museo del Traje

Al llegar al Romanticismo, el hombre burgués trabajador se desprende del color en su
atuendo, y reduce su uso a los chalecos o corbatas. Aunque el rosa no es aún un color
asociado estrictamente a lo femenino, es muy solicitado para vestir a los “ángeles del hogar”, y
se convierte en el traje de la sumisión de la mujer obediente -sobredecorado con lazos, encajes
y otros adornos- y radicalmente opuesta a la versión femenina del Rococó, protagonista de su
destino.
En 1856, William Henry Perkin consigue el primer tinte químico para el violeta, y a partir de ese
momento surgirán multitud de nuevas tonalidades del rosa.

Traje de baile. Ca. 1870. © Museo del Traje.

A mediados del siglo XIX se consolida el llamado “traje de luces” para los toreros, que usan
con frecuencia el color rosa en las distintas piezas que lo componen (chaqueta, chaleco,
calzón, medias y faja) y se emplea como un color ajeno a las connotaciones que lo pudieran
asociar al mundo masculino o femenino.
Aunque en la actualidad en el traje de luces se emplean todos los colores, las medias y el
capote de brega son, en la mayoría de los casos, rosas.

Traje goyesco © Museo del Traje.

A lo largo del siglo XX, las connotaciones del rosa y su significado van cambiando, y se
empiezan a asociarse al pensamiento “blando”, al sentimentalismo y a lo lúdico; se extiende así
por primera vez la lectura peyorativa de su significado. Pero, mientras el régimen nazi se hacía
eco de esa nueva interpretación marcando a los homosexuales recluidos en los campos de
concentración con un triángulo rosa, Elsa Schiaparelli llevaba a la moda el “shocking pink”, con
el que comienza la historia del rosa como color provocador.
Ya en la década de los años 50, Dior, Balenciaga y la mayoría de los creadores de la alta
costura exploraban el color, que en manos de Marilyn Monroe o Jayne Mansfield adquiría la
dimensión erótica que se intensificará en las décadas siguientes.

Túnica. Balenciaga París. Ca. 1955 – 1968 © Museo del Traje.

La década de los sesenta, es considerada la del triunfo del color en la moda, invadida por los
gustos juveniles. Entre los nuevos colores que llegan a través de la influencia de los tonos
acrílicos, el rosa va a destacar tanto en la alta moda como en el naciente contexto del consumo
de masas. En 1963, el Vogue americano dedicaba veinte páginas a la tendencia, mientras los
grandes diseñadores, de Balenciaga a Chanel, de Yves Saint Laurent a Courrèges, se hacían
eco de la misma, al mismo tiempo en el que nacía el rosa “comercial”, recurrente en la imagen
de los productos dirigidos a mujer, especialmente todos aquellos relacionados con la belleza.
Con el desencanto posmoderno llega la revisión de la historia y la búsqueda de nuevos
significados en la moda. El movimiento punk, articulado estéticamente por Vivienne Westwood,
así como el camp y el kistch, recogen las interpretaciones más agresivas del color para usarlo
como parte de un lenguaje reivindicativo que rompe con la noción de buen gusto. El rosa
aglutina en el último tramo del siglo XX un potencial simbólico más rico que en ningún otro
momento de su historia, y llega a ser posiblemente el color que más ha evolucionado en su
significación social. De la candidez de los vestidos e interiorismos en rosas suaves, se pasa al
predominio del rosa chicle, el fucsia, el fluorescente…

A partir de la década de los ochenta, se populariza la revisión de los conceptos de
masculinidad y feminidad que venía acometiéndose en el plano teórico desde inicios del siglo
XX. En la actualidad, uno de los tópicos asociados a lo femenino, la predilección de la mujer
por el color rosa se cuestiona, en un contexto más abierto a la divergencia

La vie en rose muestra cien piezas de la colección del
Museo del Traje, junto a otras cedidas por museos,
instituciones y coleccionistas particulares.
 

Vestido “Teresa Cabarrús”. Jesús del Pozo. Ca. 2006 © Museo del Traje.

Datos:

  • LA VIE EN ROSE
    16 de noviembre 2018 – 3 de marzo 2019 
  • Museo del Traje. Sala exposiciones temporales. Planta baja. 
  • Avenida Juan de Herrera, 2  Madrid
  • Entrada gratuita

Ver la vida de color de rosa, think pink, la vie en rose…

El color rosa ha adquirido en el mundo moderno un simbolismo muy marcado que en las últimas décadas se ha enriquecido con signicados diversos. Aunque se trata de uno de los pocos colores que no ha merecido estudios especícos en la literatura cientíca, su presencia en las artes y en la moda occidentales tiene una gran relevancia. Como color de la encarnación, resultado del encuentro de la sangre con la piel blanca de la raza caucásica, aparece constantemente en el arte gurativo. Como símbolo de lo delicado, de la energía benévola o de la infancia, ha sido utilizado con frecuencia en la indumentaria y las artes decorativas. A partir del siglo XVIII, se extiende su influencia y se diversican sus signicados. Hoy, en pleno cuestionamiento de los roles de género tradicionales, el rosa tiene un gran protagonismo por su asociación a lo femenino, a las niñas o a la homosexualidad. Una mirada a su historia puede arrojar luz sobre la polémica que envuelve a un color que ha sido siempre el más positivo de toda la paleta cromática, y que solo en las décadas recientes ha adquirido una dimensión peyorativa que tiene que ver con la mirada patriarcal que sigue imponiendo sus valores en nuestra sociedad.

Historia de un color

El color rosa se obtiene mezclando el rojo con el blanco
o diluyendo el rojo con agua. En Europa se empleaban
para conseguirlo diversas especies animales, sobre
todo el quermes (kermes vermilio), así como familias de
Porphyrophora, incluyendo cochinillas de Armenia y
Polonia. No obstante, como estos procedimientos
resultaban demasiado costosos, en los entornos más
populares se teñía con rubia, cultivada a gran escala.
Con la llegada de los españoles a América y el descubri

miento de la cochinilla mejicana, se consiguieron rojos
más vivos y luminosos y, por extensión, también los
rosas alcanzaron los tonos tan intensos de los que dan
buena muestra algunos tejidos en los cuadros de Veláz

quez. En la búsqueda de nuevas tonalidades se investi

garon las posibilidades que aportaban los minerales al
mundo del color, ya bien entrado el siglo XVIII. No será
hasta 1856 cuando se elabore el primer tinte químico,
con el subsiguiente abaratamiento en el por entonces
exclusivo mundo de la tintorería.

En esta vitrina se recogen distintas obras artísticas en
las que el rosa es el protagonista. En la Antigüedad, el
rosa se conseguía combinando tierras rojas con yeso,
ocre de liquencus o de moluscos, heces de vino,
cinabrio o bermellón, minio, purpurissum (púrpura de
Tiro) o rúbrica (un tipo de arcilla procedente de Arme

nia). También se utilizaban para las clases menos
acomodadas pétalos de rosa y amapola. El color rosa
era muy valorado tanto por su atractivo como por
constituir el reflejo de una buena salud. En la Edad
Media se empleaba para los libros miniados utilizando
las mismas técnicas que en la pintura al temple, con la
dificultad añadida del soporte flexible del pergamino.
Con rosa se pintaba el cielo con la esperanza del
amanecer, así como se representaban metafóricamente
los espacios asociados a lo milagroso. El valor simbólico religioso persiste en la Edad Moderna, pero durante
el período rococó el rosa se extiende como color de
moda. A lo largo de los siglos XIX y XX, con la evolución
de las industrias tintóreas, aparecen nuevas gamas de
rosa, al tiempo que su significación se transforma.

ROCOCÓ: ROSA PARA TODOS

El siglo XVIII se presenta como una sinfonía de color
para ambos géneros. Los mismos tejidos, con similares
decoraciones e idénticos colores se empleaban en la
indumentaria de hombres, mujeres y niños. Los tejidos
bizarros que protagonizan las primeras décadas del
siglo reflejan los colores de la naturaleza, con un rosa
vivo, luminoso y trepidante. Avanzado el siglo la paleta
cambia, y se imponen los colores pasteles del Rococó.
Los progresos de la tintorería permitieron obtener
mezclas de colores claros, matizados, que armonizaban
con los demás objetos de la vida cotidiana. De entre
esta paleta rococó destaca el nuevo verde celadón y el
rosa claro, que combinados protagonizaron los tejidos
de este período. El estilo francés, protagonizado por la
reina María Antonieta y, antes, por Madame de Pompadour,
se extendió por todo el mundo: se hablaba así
de “gusto francés”. La llegada de los Borbones a España
propició la instalación de la moda de Versalles y la
popularización del rosa.

Casaca s. XVIII, 1770 – 1785.

NEOCLASICISMO:
LA VUELTA DEL ROSA CLÁSICO

El descubrimiento de Herculano en 1738 y de Pompeya
en 1748 vive la fascinación por el mundo clásico y la
recuperación de sus colores. Las pinturas de la casa de
los Misterios de Livia en Pompeya inspirarán la paleta
a imitar. El Neoclasicismo se materializa con la Revolución
Francesa y, frente al rosa pastel aristocrático del
período rococó, se instala un nuevo tono recuperado de
la Antigüedad, con el que se identificará a la burguesía
y su propia estética revolucionaria.
El siglo XVIII, tan rico en matices, se despide con un
cambio cromático radical: los colores pasteles son
sustituidos por los bien definidos rojos pompeyanos, el
azul noche, los marrones terrosos y un nuevo rosa, más
oscuro y con irisaciones azuladas. Se utiliza el rosa
neoclásico tanto en trajes monocromos enriquecidos
con bordados eruditos para hombres, como en vestidos
camisa, en una cenefa en el bajo, combinando diferentes
tonalidades del rosa.

Vestido Imperio, ca. 1810.

Conjunto medias y zapatos neoclásicos-rococó, ca. 1740.

LA IGLESIA TAMBIÉN DE ROSA 

Llama la atención que frente a la austeridad cromática
de los trajes litúrgicos de otras religiones, la iglesia
católica presente en esta época una indumentaria tan
rica en color como en el uso de metales preciosos.
Además, en el siglo XVIII, no se diferencia la indumentaria
religiosa de la civil ni por color ni por los motivos
decorativos, por lo que no es sorprendente que
también los clérigos vistieran de rosa en las celebraciones
litúrgicas. Del uso se pasa a la simbología, y el otorgado
al color rosa termina asociándose a la obediencia,
a la esperanza y a lo masculino menos agresivo y más
espiritual. Su uso ceremonial se reserva al tercer
domingo de Adviento.
En esta indumentaria litúrgica se pueden apreciar los
diferentes tonos del rosa, obtenidos primero con tintes
naturales y más tarde con tintes químicos. No obstante,
para prendas especiales se seguirán empleando las
más ricas sedas teñidas con los tintes naturales más
selectos.

Casulla, 1851-1900.

EL ROSA DEL ROMANTICISMO

El hombre burgués trabajador se desprende del color
en su atuendo, y reduce su uso a los chalecos o corbatas,
aunque el rosa no es aún un color asociado estrictamente
a lo femenino. No obstante, la mujer encabeza
su papel protagonista en la moda y el decoro la rodeará
de colores pastel. El rosa será muy solicitado para
vestir a los “ángeles del hogar” auspiciados por la
moda, en un tono dulce, claro, amable. En realidad, se
trata del traje de la sumisión de la mujer obediente
-sobredecorado con lazos, encajes y otros adornos- y
radicalmente opuesta a la versión femenina del
Rococó, protagonista de su destino.
En 1856, William Henry Perkin consigue el primer
tinte químico para el violeta, y a partir de ese momento
surgirán multitud de nuevas tonalidades del rosa,
bautizadas como cereza, rosado, rosa suave, rosa acentuado,
ciruela, rosa desvaído, palo de rosa, etc., así
como un tono muy demandado: el “rosa rubor de
doncella”.

Chaleco, 1840-1850.

LA SUERTE DEL ROSA

Cuando se asienta el llamado “traje de luces”, mediado
el XIX, para los toreros está de moda el color rosa. Por
ello no nos debe extrañar que se utilizara para teñir las
distintas piezas que componen dicho traje: chaqueta,
chaleco, calzón, medias y faja. El rosa se emplea como
un color ajeno a las connotaciones que lo pudieran
asociar al mundo masculino o femenino.
Es cierto que en el traje de luces se emplean todos los
colores; sin embargo las medias son siempre rosas y el
capote de brega, también. Este capote tiene una cara
rosa o haz, asociado a la buena suerte, clase y nobleza
del torero; la otra cara o envés, que suele ser amarilla,
por contraposición, se la relaciona con la mala suerte.
Sobre la arena se vivirá un momento de dicotomía
inherente al mundo del toro: la suerte o la desgracia,
que no debe olvidar el torero. Triunfo y fracaso, vida o
muerte.

Traje goyesco.

EL POLISÓN Y LOS NUEVOS ROSAS
SINTÉTICOS

En la Belle Époque la indumentaria femenina recorre
toda la gama de colores aportados por la industria que,
al aplicarla a los nuevos materiales, enriquece la paleta
de la moda, muy influida por el espíritu optimista de la
época. A finales del siglo XIX, las mujeres mayores de
30 años abandonaban los colores brillantes por los
tonos pastel, entre los que destacaba el uso del palo de
rosa o el rosa desvaído. Esta situación cambiará
después de la primera década del nuevo siglo: las
damas, independientemente de su edad, vestirán
todos los colores y, en el caso concreto del rosa, se verá
un aumento de su intensidad, con tonos ciruela,
cereza, rosa real o rosa heces de vino. Esta euforia
cromática se frustrará con el comienzo de la Primera
Guerra Mundial. Habrá que esperar a los renovados
años veinte para que el rosa, combinado con el brillo de
los cristales, vuelva a ocupar su puesto en la moda.

Abanico, 1890-1914.

FORTUNY: PINTANDO ROSAS

Fortuny encuentra en el rosa un color con el que
recorrer la historia del textil. De los rosas orientales a
los del XVIII francés, es capaz de conseguir la tonalidad
protagonista de cada período o cultura. Sabemos de su
predilección por el rosa conseguido a través de la cochinilla
que, originaria de Méjico, se producía en Canarias.
Pero, además sabemos que, según análisis recientes de
los colores que utilizaba, también experimentaba con
rojos y rosas químicos que mezclaba de manera artesanal
para conseguir tonos que solo él empleaba.
Hacia 1910 los ballets rusos llegan a París cargados de
orientalismo, con llamativos colores, algunos chillones,
que le sirven al artista para bucear en los tonos rosas
del pasado y del presente, donde la herencia histórica
se fusiona con el esteticismo del pintor en busca de
matices y efectos lumínicos que definen sus tejidos.

SHOCKING PINK!

Durante el período de entreguerras, la percepción del
color rosa comienza a cambiar. El abandono del rojo en
los uniformes militares con la I Gran Guerra y la asociación
de ese color con la Revolución Rusa y la ideología
comunista suponen también una nueva consideración
hacia el rosa -siempre vinculado de alguna manera al
rojo-, que empieza a asociarse al pensamiento
“blando”. En un contexto en el que toman forma los
hábitos propios de la sociedad de consumo, en especial
en lo relativo a la organización del ocio, el “pensamiento
rosa” se vincula al sentimentalismo y a lo lúdico; se
extiende así por primera vez la lectura peyorativa de su
significado. Mientras el régimen nazi se hacía eco de
esa nueva interpretación marcando a los homosexuales
recluidos en los campos de concentración con un
triángulo rosa, Elsa Schiaparelli llevaba a la moda el
“shocking pink”, con el que comienza la historia del rosa
como color provocador.

LA FEMINIDAD ROSA. LOS AÑOS 50 

En 1953, Dwight Eisenhower fue investido presidente
de los Estados Unidos de América. En la fiesta que
siguió a la investidura, su esposa Mamie lució un
diseño de Nettie Rosenstein de seda rosa y, a partir de
entonces, la primera dama lideró una tendencia según
la cual el rosa era el color más adecuado para subrayar
la feminidad. La exitosa película Funny face (1957),
protagonizada por Audrey Hepburn y ambientada en el
mundo de la moda, afianza el nuevo estereotipo con la
escena musical en la que se canta el tema titulado ¡Piensa en rosa. Mientras tanto, Dior, Balenciaga
y la mayoría de los creadores de la alta costura exploraban
el color, que en manos de Marilyn Monroe o
Jayne Mansfield adquiría la dimensión erótica que se
intensificará en las décadas siguientes. En otro sentido,
el entonces vicepresidente Richard Nixon reforzó la
vinculación del color a lo político, dirigiendo su discurso
anticomunista contra los “pinkos”.

ROSA PARA TODOS LOS GUSTOS

La década de los sesenta podría ser considerada la del
triunfo del color en la moda, invadida por los gustos
juveniles. Entre los nuevos colores, que llegan a través
de la influencia de los tonos acrílicos, el rosa va a destacar
tanto en la alta moda como en el naciente contexto
del consumo de masas. En 1963, el Vogue americano
dedicaba veinte páginas a la tendencia, mientras los
grandes diseñadores, de Balenciaga a Chanel, de Yves
Saint Laurent a Courrèges, se hacían eco de la misma.
Pero, al mismo tiempo, la difusión (del plástico), que
en origen se fabricaba habitualmente en rosa por motivos
técnicos, y la de la cultura psicodélica generan
(sujetos: la difusión del plástico y la de la cultura psicodélica)
un nuevo medio que explota las tonalidades
más intensas del color. Nace el rosa “comercial”, válido
para modas urbanas de todo sesgo y recurrente en la
imagen de los productos dirigidos a mujer, especialmente
todos aquellos relacionados con la belleza.

Túnica, ca. 1950, Balenciaga.

EL ROSA SUBVERSIVO
LA INTERPRETACIÓN POSMODERNA 

Con el desencanto posmoderno llegan la ironía, la
revisión de la historia y la búsqueda de nuevos significados que la moda, la publicidad y el marketing explotan
en coherencia con las expectativas de una sociedad
mercantilizada. La asociación del rosa a lo barato y lo
frívolo parece afianzarse, al igual que su relación con la
sensualidad y lo erótico. El movimiento punk, articulado
estéticamente por Vivienne Westwood, así como el
camp y el kistch, recogen las interpretaciones más agresivas
del color para usarlo como parte de un lenguaje
reivindicativo que rompe con la noción de buen gusto.
El rosa aglutina en el último tramo del siglo XX un
potencial simbólico más rico que en ningún otro
momento de su historia, y llega a ser posiblemente el
color que más ha evolucionado en su significación
social. De la candidez de los vestidos e interiorismos en
rosas suaves, se pasa al predominio del rosa chicle, el
fucsia, el fluorescente…

MÁS ALLÁ DEL GÉNERO 

A partir de la década de los ochenta, se populariza la
revisión los conceptos de masculinidad y feminidad
que venía acometiéndose en el plano teórico desde
inicios del siglo XX. Uno de los tópicos asociados a lo
femenino, la predilección de la mujer por el color rosa,
hoy se cuestiona, en un contexto más abierto a la
divergencia. Los preppies de los ochenta, los metrosexuales
de los noventa y las estrellas del pop, desde
Bowie a Pharrell Williams, incorporan el rosa al guardarropa
del hombre sin prejuicios. Al hilo de sus múltiples
significados, muchos diseñadores se han valido del
rosa como leit motive de sus colecciones (Margiela o Rei
Kawakubo, desde su posición de diseñadores de
vanguardia, han lanzado colecciones íntegramente
concebidas en ese color), mientras que artistas plásticos
o cineastas han explotado su expresividad en
relación con el cuerpo, el sexo y el género, caso de
Eduardo Casanova en su película Pieles (2017).

Zapato, Manolo Blahnik.

¿EL COLOR DE LA NIÑAS? 

Tradicionalmente, los bebés y niños pequeños han
vestido de blanco. Hasta el siglo XIX, las técnicas tintóreas
eran caras y los colores se desvaían con facilidad,
motivo por el que vestir a los niños con ropa teñida fue
símbolo de riqueza. El rosa y el azul celeste empiezan a
usarse indistintamente para ambos sexos, a menudo
considerándose más varonil el primero. A principios
del siglo XX, ambas tendencias convivían, pero a partir
de los cincuenta la feminización del rosa supuso su
adscripción al universo de las niñas. A medida que las
estrategias de marketing y su poder performativo han
avanzado, este vínculo entre color y género en la infancia
se ha radicalizado y ha alcanzado el paroxismo en la
imaginería visual de los productos para niñas. Por
desgracia, hoy se asume la relación rosa/niña como
algo natural, cuando en realidad se trata de una técnica
publicitaria de reciente desarrollo que radicaliza la
polarización de los modelos masculinos y femeninos y
su asociación con los roles tradicionales de género.

Traje pantalón infantil, 1851-1871.

FICHA TÉCNICA

  • Organizan
    Ministerio de Cultura y Deporte y Museo del Traje 
  • Comisariado
    Juan Gutiérrez y Lucina Llorente 
  • INFORMACIÓN PRÁCTICA 
  • Museo del Traje.CIPE 
  • Avenida Juan de Herrera, 2
    28040 Madrid 
  • Web: http://museodeltraje.mcu.es 
  • Horario
    Martes a sábado, de 09:30 a 19:00 horas 
  • Domingos y festivos, de 10:00 a 15:00 horas
    Lunes: cerrado 
  • Cómo llegar
    Autobuses: 46, 82, 83, 132, 133, G
    Metro: Moncloa (Líneas 3 y 6) y Ciudad Universitaria
    (Línea 6) 
  • Entrada gratuita a las exposiciones temporales
  • Tel.: 910 505 596 

Fotografías: © Museo del Traje


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